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La Mañana

De Bob Esponja a San Martín

Fernando Castro

"San Martín, San Martín, San Martín”. Unos dos mil niños, sus padres y sus madres gritan desaforados el nombre del prócer emblema, el del Padre de la Patria que cruzó los Andes. Desde el escenario, un actor con cabeza de monigote y un atuendo militar como los que vestían los valientes de las guerras independentistas saluda y devuelve gentilezas con una gracia aparatosa que no se corresponde con la de los monumentos, bustos, cuadros y la tapa del Billiken que tantas veces ilustró. No exhibe esa imagen inmaculada y lejana hasta la excentricidad. Es, para esa multitud de niños, sin duda un héroe, pero pop, imbuido con los retazos del sentido histórico que hoy alcanzan a comprender, pero también con esa dosis de fascinación que proviene de la pantalla y las mieles de su relato. Esta suerte de delirio colectivo apto para toda la familia tuvo lugar el sábado, en el polideportivo del barrio Gregorio Álvarez, donde desembarcó el show de la señal infantil Pakapaka (hubo filas de hasta una cuadra para entrar libre y gratuitamente). Para el espectador no avezado en las lides del amigo Zamba y su troupe, fue como experimentar en vivo lo que sucede cuando los paradigmas cambian: algo nuevo que pasó en los últimos años, que tiene que ver con la pregunta de qué es la identidad y con cómo hacer más cercana la historia, que también es ese relato que los pueblos construyen sobre sí mismos para aprender a quererse un poco más, aunque a veces querer duela. Lo del sábado muestra algunas puntas, también si se asoma la cabeza en la puerta del salón de clases y lo que se busca es que “los chicos” quieran lo que se les enseña, para que sigan transitando el camino que comenzó con Bob Esponja en la pantalla y los dejó bailando con un prócer.

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