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La Mañana

Borges y el pibe Abel Laurín

Fernando Castro

Es fácil pegarle a la Justicia. Algunas veces más que otras. Uno no quiere ensañarse ni hacer leña del árbol caído, pero ante la evidencia, en ocasiones sólo cabe bajar la guardia. Si no, pasen y vean: el 4 de febrero Abel Laurín estaba en la costa del río Neuquén cuando una bala -¿perdida?- le quitó la vida. No se sabe quién disparó. Él estaba en la costa y desde el lado rionegrino del cauce llegó un proyectil y así terminó su vida. Desde entonces su padre no afloja, presa como es de un reclamo laberíntico, porque para la Justicia el tema pasó a ser la jurisdicción del caso: ¿quién se hacía cargo de investigar, Neuquén o Río Negro? Luego de cinco meses de espera, el hombre cortó (literalmente) por lo sano. Fue y obstruyó el puente entre ambas provincias. Cuando miles quedaron varados, la Corte definió que en 20 días se sabrá quién investigará. La otra perla desde los despachos judiciales llega desde Buenos Aires, donde en 2011, el escritor Pablo Katchadjian (1977) publicó El Aleph engordado. Tomó un libro de Borges (El Aleph) y le agregó 5600 palabras, alterando la obra original, como lo reconoce en su propio libro. Con el procedimiento, se inscribe en una extensa tradición con antecedentes en todas las ramas del arte. Algo que no comparte María Kodama, la viuda de Borges, que lo denunció ante la Justicia. Katchadjian fue absuelto en primera instancia y tras sucesivas apelaciones, el caso llegó a la Cámara de Casaciones: ahora, en una loca derivación de su vocación de escritor, podría quedar en la encrucijada de un juicio oral, algo tan estrafalario que podría terminar con él preso. El viernes, en la Biblioteca Nacional, una manifestación lo respaldará para que en su caso, la única Justicia que intervenga sea la poética.

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