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La Mañana

Hijo querido, ¿qué te hice?

Hernán Gil

Ni siquiera habías desarrollado tus manitos dentro de la panza y ya te había comprado la camiseta. También la pelota con el escudo. Algún rincón de mi inconsciente avaló que lo ridículo se transformara en tierno al llegar a mi consciente.
Durante meses estuvo colgada en la cuna que te esperaba en la pieza que mamá y yo armamos para vos. El día en que naciste de urgencia no tuve tiempo de nada pero sí me tomé un segundo para ir en busca de tu camiseta y la llevé a la clínica.  
Te acompañó todas las noches colgada al lado de tu cama durante meses. Te filmé jugando con la pelota con los colores del club y hasta te enseñé a darle besos al escudo.
Desde que empezaste a caminar jugamos a los pases. Una y otra vez corrimos juntos detrás de esa pelota pensando que estábamos compartiendo algo lindo juntos y que nos daría una excusa más para estar unidos.
Te compré todas las variantes de camisetas de nuestro club que haya: titular, suplente, la de local, la vieja, la retro, la de colección. Cuando empezaste a entender de qué se trataba, te sentaste al lado mío a ver los partidos con alguna de esas tantas remeras puesta.
Con el tiempo empezaste a preguntarme cientos de cosas: ¿quiénes son los rivales?, ¿qué es el córner?, ¿por qué vendimos a tal jugador?, ¿por qué no compramos a Messi? Cada vez te gustaba más. Un día, en Buenos Aires, aproveché a llevarte a la cancha para que “pudieras conocerla” (en realidad yo quería que vos la conozcas, no estoy seguro de que fuera lo que vos querías). Movías la mano al ritmo del canto de la hinchada. Te filmamos. Nos pareció tierno.
Perdoname, hijo. ¿Qué te hice?

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