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La Mañana

Temporada de barbijos

En Junín y en San Martín, los vecinos vaciaron los súper. Con el paso de las horas, ambas ciudades parecen retornar a la normalidad tras el susto.

Daniel capalbo, enviado especial
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Junín de los Andes/ San Martín de los Andes.- Es jueves y el reloj marca las 20:30 en La Rinconada. A un lado del camino borroneado se adivina un precipicio. Del otro, una banquina por la que marcha el auto rumbo a Junín de los Andes. Pero ojo: marcha, sin saberlo, por la mano opuesta porque no hay señales que indiquen nada. No por desidia de Vialidad, sino por la prepotencia de la nube de ceniza que viajaba desde el volcán Calbuco y depositaba, en la Ruta 40, hasta 15 centímetros de polvo color cemento.
En la Rinconada, en lo más alto, con visibilidad nula, se oyó de repente en ese tramo abandonado por la mano de Dios un gemido entrecortado, y vimos lo que parecía ser una señal de linterna.
-Ayuda, ayuda, necesito ayuda. Soy un mochilero, soy venezolano.
-¿What?
El hombre se acercó. Lloraba, efectivamente. Sentía miedo. Tenía la cara endurecida de ceniza y un terror contagioso.
-¿Falta mucho para Zapala?- preguntó con el mismo tono con el que Nicolás Maduro hace sus gracias.
Dudamos unos minutos.
-¡Pibe, estás muy loco vos, volvete a Caracas!-, le dijimos casi a coro, y por suerte al rato apareció un camión que lo levantó y le enderezó el rumbo.
La fantasmagórica travesía por la 40 parecía a esta altura un cuento de Stephen King. Incluso en Junín, el pueblo más tapado por los desperdicios del volcán, donde no había un solo lugar para dormir porque el corte de la Ruta 40 obligaba a todos a hacer noche ahí, las imágenes eran desoladoras. Los comercios cerrados, poca iluminación en la calle por la cortina del silicio que contienen las cenizas y que, entre otras cosas, descomponen la luz; perros cenicientos vagando sin rumbo, autos sepultados y muchos vecinos vigilando los techos para que la carga no supere los 10 centímetros recomendados por Defensa Civil.
Hubiésemos pagado lo que fuera por un barbijo. Asunto que, al fin y al cabo, se convirtió en el ícono de la polémica. En todas las farmacias se ofrecen dos tipos: los más baratos y completamente descartables, que sólo sirven para un día y cuestan entre 4 y 8 pesos, y los otros, con armazón y filtros especiales, que cuestan entre 120 y 170 pesos. Y son “para siempre”. Lo que ocurrió es que la demanda y el pánico de saberse a merced de una voluntad extrahumana agotaron los stocks y los metió en temporada alta. Pero hay algo incuestionable: en Mercado Libre, al mayoreo, los mismos barbijos pipí cucú se venden a 39 pesos. Y en las farmacias de Neuquén se consiguen a 65.
El despertar nublado
Amanece ahora en Junín y todos, manos a la obra. Un camión regador recorre las calles, la retroexcavadora abre paso aquí y allá, los más golpeados por la ceniza -gente de las tomas, unos sesenta- reciben ayuda en el colegio Ceferino. Se anuncia la llegada del gobernador Jorge Sapag y los crianceros hacen escuchar su voz por las FM locales porque sus vacas y sus chivos -cuentan- están dispersos vaya a saber por dónde. “Son animales de trashumancia, que bajan de la veranada a la invernada”, explica un ingeniero del INTI que llegó para ayudar. “Y estaban en ese proceso de bajar cuando empezó a caer ceniza, es imposible hoy saber cuáles son los daños y las pérdidas. Pero algo es seguro: ya no tienen qué comer”, sentencia.
El azote de la ceniza fue tal que este funcionario aún no puede borrar de su retina la escena que vivió en el lago Paimún, a 25 kilómetros de Junín. Resulta que tuvo que ir a rescatar a un lado de la costa a varios mapuches que viven y trabajan en el otro margen. La zona de cruce tiene apenas 90 metros, entre costa y costa, digamos. Pues bien, en un bote de remos venían dos hombres de la comunidad Cañicul, avezados en un cruce que normalmente hacen en diez minutos. “Esta vez -suelta el ingeniero- tardaron más de una hora y fue desesperante, porque remaban, remaban y no se distinguía la costa por la espesa cortina de ceniza. Al final, los rescató la Gendarmería”.
En San Martín de los Andes, el barrio del gobernador, la mañana del viernes fue para limpiar las calles y para relajarse. El propio gobernador salió a comentar lo que podía suceder y le quitó dramatismo a las cosas. Palabras más, palabras menos, lo que se sabe es que, aunque se esperaba para el viernes una nueva erupción, el Calbuco no tuvo -al cierre de esta edición al menos- nuevos eventos o movimientos que permitan profundizar la alarma. Es imposible, sin embargo, saber si habrá una nueva erupción, o al menos anticiparla teniendo en cuenta la sorpresa del miércoles. El volcán chileno ocupa el tercer lugar de peligrosidad. Cerca del gobernador, los explicaron de esta manera: “El volcán sigue en actividad, pero tiene una pluma de dos mil metros de altura y seis cráteres que le quitan presión a la columna, y la ceniza a dos mil metros cae para el lado de Chile; es decir, creo que los neuquinos zafamos”.
Ayer, a media tarde, los vecinos de Junín ya podían ver a mil metros siempre y cuando el viento fuera más o menos misericordioso. Y los de San Martín regaban sus jardines y las veredas, y hasta salían a caminar por la calle principal. Una mesera frente al lago terminó de atender a las 16, soltó su delantal, miró cómo brillaba el cielo y suspiró su certeza: “Chicos, creo que esto ya casi se termina”.

 

 

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