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La Mañana

Galeano, el señor de los abrazos

Luciano Carrera

A los 10 años, cuando el secreto de la felicidad se escondía en un potrero, soñaba que jugaba como Maradona. A los 20, con los botines y las ilusiones igual de destruidos por mi torpeza, empecé a soñar que escribía como Galeano. Estuve cerca de concretar ambos si no fuera por un detalle insignificante: mi mente, tan atropellada como mis piernas, hizo que se me cruzaran los sueños.
Él, en cambio, supo conseguir con las manos la utopía que le negaron los pies. Como aquellos enganches a los que tanto admiró, Galeano jugaba-escribía con una zurda mágica. La usó para enseñar cuánta belleza hay en las palabras, con textos que entibian como abrazos, a varias generaciones que hoy le agradecen y lo lloran, revelándoles, como ningún otro, la vida de nuestros pueblos y de nuestra gente, iniciando revoluciones en las mentes y en los cuerpos de sus lectores con cada frase, con cada idea recostada sobre la raya, siempre de wing izquierdo.
Memoria del fuego, pensado y plasmado en su exilio europeo, fue, pintando el bronce con la piel y el corazón de los creadores de nuestro continente, mi primer gran libro de historia. Y el culpable de un amor a primera vista que no necesitó de promesas ni de besos. Hubiese alimentado igual cualquiera de sus libros ese enamoramiento eterno, renovado cada vez que se le antojó escribir, sea de fútbol o de otros sentimientos menores. Galeano nos mostró las venas abiertas en esta parte de América y abrió las suyas para contagiarnos poesías y verdades, sacándole el velo a nuestro pasado para entender mejor el presente y soñar con un futuro algo más venturoso, con un mar de fueguitos que aviven las llamas con la intensidad con la que él lo hizo.

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