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La Mañana

“El dinero en manos de pobres genera sospechas”

El doctor en Sociología Ariel Wilkis, autor de "Las sospechas del dinero", dice que existe un temor a la autonomía que el dinero puede darle a las clases más populares.

Por PAULA BISTAGNINO

Dinero ganado, prestado, cuidado, militado, donado y sacrificado. Dinero que circula y conecta experiencias, que sostiene vínculos familiares y sociales, que divide y nuclea, posiciona y enfrenta. “La concepción hegemónica en las Ciencias Sociales y también en la historia, el periodismo y la literatura, ha explorado poco el lugar del dinero en el mundo popular. Sobre la idea falaz de que el dinero está ausente en este mundo, el análisis lo ha dejado de lado. Y en realidad, el dinero ocupa un lugar central en la vida personal y colectiva de las clases populares”, dice Ariel Wilkis, autor de "Las sospechas del dinero" (Paidós). Doctor en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales, director de la carrera de Sociología de la UNSAM e investigador del Conicet, después de investigar durante una década el funcionamiento del dinero en la vida cotidiana de las clases bajas, en la política, las relaciones interpersonales, los hogares, el trabajo y la religión, Wilkis asegura que además de esa idea errada, lo que ha impedido estudiar esto es una doble sospecha que pesa, en primer lugar, sobre el dinero; y luego, sobre el dinero en manos de los pobres.
 
El libro parte de la discusión de la concepción hegemónica del dinero, que lo ve como “un ácido que disuelve la vida social”. ¿Cuándo y por qué se impuso esta mirada?

Esta mirada no es una más, sino cierta perspectiva enclavada en la tradición del pensamiento occidental: desde Aristóteles, pasando por san Agustín y hasta Marx, el dinero ha sido cubierto por un manto impugnador y negativo, como responsable de muchos males sociales, de todo tipo de conductas negativas, de corrupción, desintegración social y degradación moral, que individualiza los vínculos entre las personas, que dinamiza el egoísmo. No hay prácticamente en la tradición occidental, una positividad del dinero. Y Marx es un caso paradigmático de esto, porque es difícil pensar una crítica al capitalismo desde Marx sin que sea una crítica al lugar del dinero en la vida capitalista. Así, una tradición cultural del mundo occidental estabilizó una idea negativa del dinero, tanto por izquierda como por derecha.
 
Su crítica a esta concepción contrapone una mirada del dinero como productor de lazos sociales, casi integrador y conector de experiencias.
Claro. A través de estos años en los barrios en los que trabajé e investigué en el partido bonaerense de La Matanza, descubrí que el dinero tiene un lugar central y que además sigue una lógica no de disolución sino de productividad en la vida social, familiar, laboral, política y religiosa. Mi interés es colocar al dinero en el centro, como conector de la vida popular, poniendo en juego muchos valores o aspiraciones individuales y colectivas. Ver las conexiones con instituciones como el mercado que han sido poco tenidos en cuenta por las Ciencias Sociales. Y yo creo que es un pilar muy importante que falta explorar para entender la dinámica del mundo popular y cómo funciona el mercado.
 
¿Y esta sospecha general sobre el dinero se multiplica cuando el dinero está en manos de las clases populares?
Claro. Hay un doble nivel: la negatividad general del dinero y la negatividad más particular del mundo popular. Y es lo que yo llamo la doble sospecha: sobre el dinero y sobre el mundo popular. Entonces la sospecha se multiplica, porque las dos están basadas en la incertidumbre: el dinero, decía Georg Simmel, es un medio para conseguir un medio; es decir: siempre hay un principio de autonomía en la posesión del dinero, porque es imposible saber para qué se lo va a usar. Y esa sospecha se suma a la incertidumbre que pesa particularmente sobre los pobres, como un mundo que está por fuera de cierta idea de control y que genera miedo.

Hay una escena en particular que usted menciona en el libro que parece condensar esa idea: ante el pedido de plata en la calle, la respuesta de muchas personas es negar el dinero y ofrecer comida.
Esa es la situación en la que aparece esta doble sospecha más fuertemente. Y esta reacción surge de la necesidad de controlar qué hacen los pobres con el dinero. Pero no se limita sólo a estas situaciones, si no que esa sospecha está también muy presente en el debate público en torno al dinero que el Estado transfiere a los pobres.
 
¿En forma de asignaciones universales y subsidios, por ejemplo?
Claro, en los últimos diez años ha habido una mayor transferencia de dinero del Estado a los sectores populares, y eso pone más en evidencia que nunca esta doble sospecha. Y hay una tendencia de ciertos sectores de la sociedad a juzgar el uso que se da de ese dinero. La pregunta es: ¿Cuál es el derecho que esa parte de la sociedad se arroga para juzgar? Porque si esa transferencia está inscripta en una lógica de derechos, es decir que se entiende que es dinero que les corresponde, no puede ser juzgado. Mi intención es ver cómo el dinero pone esa dinámica de sospechas en juego permanentemente, ya sea en la escena de dos en la calle como en políticas estatales de transferencia monetaria directa.
 
Una de las reposiciones fundamentales que hace su investigación es la de la idea de “ganancia” en los sectores populares. ¿Por qué está deslegitimidad la ganancia en la pobreza?
Ha sido una ventanilla que casi nadie abrió para explorar el mundo de lo popular,  como si la lógica o la aspiración de ganancia estuviera excluida. Y la investigación justamente demuestra que ganar dinero no es algo que esté en las antípodas del mundo popular. Esta impugnación de la ganancia popular surge de la imposición de clasificaciones negativas en torno a lo que ahí sucede: de cómo se produce, consigue y circula el dinero allí. En lo teórico, esa impugnación barre la comprensión de muchas lógicas y legitimidades. Y con eso, se impugnan los medios por los cuáles ciertos sectores de la sociedad obtienen mejores condiciones de vida. Desde este punto de vista, el ascenso social del pobre no siempre es legítimo.
 
Usted habla del dinero “militado”. ¿Qué es lo que pasa con el dinero de la política?
Es otro de los núcleos de la sospecha: la participación política popular siempre negativizada como clientelismo y la crítica de la circulación de dinero en la política. Yo me interesé en ver cómo funciona el dinero en la política. Mi tesis es: la democracia monetiza la vida política, incluso, o fundamentalmente, la popular. Los partidos políticos necesitan dinero para organizarse y la monetización, por lo tanto, es parte del proceso de democratización. La propia sosopecha sobre el dinero impide ver cómo el dinero está reconstruyendo y sosteniendo la política y la democracia, y salir de la idea de que la monetarización es la cara negativa de la democratización. Son dos caras de un proceso. Es muy moralista condenar la presencia del dinero en la vida política cuando sin dinero no hay democracia.
 
Hay un fenómeno regional de aumento del consumo en las clases populares y todo un proceso de financiarización de ese consumo desconocido.
Hay una lectura, mirada parcial, que se hace de la economía popular como basada en sistemas de crédito interpersonales como el fiado o los préstamos familiares. Esto desconoce la transformación de la relación del mundo popular con el dinero viene desde los años 90. Y que en los últimos años ha redundado en la presencia de negocios, empresas de crédito, usos de tarjetas de crédito; toda una heterogeneidad de sistemas de crédito que son cada vez más importantes en las economías de los hogares de sectores populares. Y que redefinen roles dentro de la familia incluso, porque quienes acceden al crédito se convierten en figuras importantes en el hogar. Pero además, y esto es muy interesante, permiten que surja la figura del endeudado en el mundo popular. Es decir, alguien que contrae deuda; eso discute las figuras hegemónicas del pobre “asistido”, el “cartonero” o el “que protesta”.
Su investigación combate también el prejuicio de que el dinero en las clases populares sólo se ve como medio para un fin: el consumo.
Esa es una división un poco artificial y es más proyección en torno a las identidades de los sectores medios que la realidad de cómo circula el dinero y cómo se vincula con él cada clase. El ahorro como marca identitaria de las clases medias y el consumo de las clases populares, porque no tienen proyección de futuro o racionalidad. Es también un posicionamiento moral que vuelve sobre esta cuestión de la sospecha del dinero y de la condena al consumo como producto de la falta de la disciplina monetaria. Es una representación que tienen los sectores medios de sí mismos como un monopolio moral del dinero. Y es una lógica que funciona mucho: no sólo aplican los sectores medios a los sectores populares, sino que también hace una diferencia dentro de los sectores populares, es decir, intraclase.
 
¿Qué aporta esta nueva mirada de la economía popular?
Somos muchos los que estamos trabajando con esta agenda. Porque mostrar que cualquier política de empuje al consumo popular tiene que ser una política que ponga también en su agenda los mecanismos de financiamiento del consumo. Para tener una mirada más completa y sacar a la luz de ahí qué tipo de situaciones de subordinación y de dominación están operando para lograr ese consumo, que es sólo la punta del iceberg de un proceso más amplio. Teniendo en cuenta justamente que las políticas de gran parte de los gobiernos de la región han sido políticas en las cuales el aumento del consumo popular es un indicador del desempeño positivo de ellos. En esta agenda estamos discutiendo los modos de integración propuestos estos años. Una sociología del dinero en el mundo popular es un aporte en este debate actual y futuro.

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