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La Mañana

Ella baila sola

Con una sonrisa particular y un movimienrto sensual, esta mujer de cuatro décadas cautiva durante la mañana a cientos de neuquinos que caminan por el centro de la ciudad y se detienen para verla bailar con "El Chulo", su muñeco.

Por GEORGINA GONZALES

 

Neuquén > Ya casi como una postal de la ciudad, todas las mañanas ella baila junto a su compañero de goma espuma en el boulevard de Avenida Argentina e Independencia, frente al Banco Provincia. Regala alegría y cautiva miradas entre los transeúntes que siempre paran a disfrutar de su arte.
Kamala Martínez Altomaro es payasa, actriz y bailarina. Una artista de cuna que le pone el pecho a la vida siempre con una sonrisa, la misma con la que pretende cautivar a cada una de las personas que se detiene para mirarla.
Su papá es violinista, su mamá escritora; es sobrina de uno de los impulsores del teatro en la provincia, Darío Altomaro, y sus primos también son artistas.
Nacida en la ciudad hace 40 años, recuerda una infancia divertida y compartida con su familia. Vivía con sus padres y tíos en algo así como una “comunidad”, primero en Neuquén y luego, ya cuando su tío tuvo que exiliarse ante el avance de la dictadura militar, en Rosario.
“En esa casa mamábamos todo el tiempo cuestiones artísticas, que además en ese momento eran muy fuertes, muy pasionales. Porque era como el único recurso que quedaba para poder decir algo, de alguna manera”, aseguró. “Entonces nosotros desde chicos convivíamos entre los títeres, con las cosas que iban ensayando los grandes ahí mismo en la casa, delante nuestro. Veíamos cómo se construían los títeres, que era una situación bastante particular”, describió.
Cuando su tío se fue a vivir a México, ella, sus dos hermanas y sus papás se volvieron. A su regreso a la provincia vivieron en la casa de una señora amiga que les dio una mano hasta que sus papás se pudieron acomodar de nuevo. “Después nos mudamos a un dúplex y ahí empezamos a vivir la vida acá en Neuquén. Terminé el secundario y siempre pensé en ser artista”, recordó.
Cuando tenía 8 o 9 años, Kamala se escapaba de su casa y se iba al teatro del bajo en busca de trabajo. “Les tiraba cartas por debajo de la puerta diciéndoles que me contrataran, que yo quería ser actriz y que lo iba a hacer bien”, contó. Luego fue a la Escuela de Bellas Artes a estudiar Arte Escénico y Declamación, carrera que dejó trunca. Y siempre estuvo involucrada con el tango, bailándolo y dando clases.
 
La calle
“En algún momento empecé a conocer muchos amigos que eran artistas callejeros,  y me encontré con lo mío, me di cuenta que eso era lo mío, que ya no quería hacer teatro de sala ni dar más clases de tango, sino laburar con mi muñeco en la calle”, confesó Kamala, quien agregó: “Lo que me brindaba era algo inmediato, no sólo dinero sino la devolución de la gente. Como que es otro el trabajo, más relajado y más rico. Depende de cada artista, hay artistas que prefieren laburar en otro marco pero yo me encontré con lo mío en la calle, con el arte callejero”.
    Cuando pasó la barrera de los 20, Kamala decidió viajar a México, país donde se criaron sus primos y donde se quedaron. Allá se instaló dos años y trabajó inmersa en “mucha movida artística”. Vivió en Cuernavaca, a unos 40 kilómetros del DF.
“Vivíamos en un lugar muy hermoso que se llama Puertas de San Pedro, un lugar en el medio del bosque, y de ahí arrancábamos todas las mañanas un grupo de artistas de todos lados hacia el Zócalo, que es como la plaza central. Algunos tocaban música, otros andaban en zancos, y trabajábamos todos juntos; fue una experiencia riquísima México, me marcó también para poder desarrollar este trabajo en Neuquén”, contó.
 
Postal neuquina
Hace 15 años que Kamala baila en el centro frente a la casa central del BPN. Todos la vieron alguna vez, vestida con trajes coloridos, muy pintada, su pelo rubio y “El Chulo”, su muñeco.
“Básicamente es algo mágico, yo salgo todas las mañanas y bailo, bailo, bailo; la gente me hace devoluciones, me agradece y me dice que les alegro la mañana. Después de todo eso me vuelvo feliz a mi casa. Es algo que funciona para la gente y para mí, yo me vuelvo con la misma satisfacción de haber estado acá, tirando una onda, alegrando a la gente y además ganándome el diario”, expresó.  
La alegre y tranquila bailarina tiene dos hijas, una de 23 años, que ya la hizo abuela y otra de 11, que aún vive con ella. “La relación con mis hijas es muy buena, Flor es fotógrafa y Sabina baila. Ellas también están muy involucradas con el arte, no hay cómo escaparle”, expresó.
Con su trabajo, Kamala logró hacerse su casa en un sector que primero era un asentamiento y hoy se convirtió en un barrio. “Todos los días separo algo de plata para ir comprando unos ladrillos más, una chapa más, y me voy haciendo mi espacio, donde también tengo proyectado hacer un salón adelante para dar talleres”, aseguró.
Ella tiene claro qué pretende de su trabajo y sabe que lo más importante para un artista es “no perder nunca su libertad, creación y decisión”. “Cada artista sabe por dónde le pasa el laburo y el arte, y hay que ser fiel a eso. Hay artistas más sensibles que otros, a mí me parece que me gana esa sensibilidad”, expresó.

 

A la cama con el muñeco

“Mientras vivía en México lucubré la idea de encontrar un compañero que quisiera vivir de lo artístico, pero como no di con esa persona decidí construírmela”, contó entre risas Kamala. Y así nació “El Chulo”, su muñeco y compañero de baile.
Desde que empezó hace 15 años a bailar con un muñeco ya tuvo unos 5. El primero se llamó El Chulo, luego hubo un Toribio, y actualmente volvió a repetir el nombre del primero. “Es como la reencarnación”, dijo.
“Este es mi compañero, se lo recomiendo a todas las señoras. Hay señoras que me dicen ‘yo quiero uno así’; se los recomiendo porque no te vigila, no te cela, es bárbaro. La verdad que me encontré con el hombre de mi vida”, comentó la artista, quien agregó: “¡Me agarra un psicólogo y se hace un festín! Me levanto a la mañana, me siento y está el tipo sentado esperándome listo para venir a bailar”.
Los dos nietos de Kamala tienen un abuelo de goma espuma. “Vienen a vernos bailar y lo saludan, le traen galletitas”, contó.
Entre tantas anécdotas con su arte callejero, Kamala recordó una mañana en que una  señora se acercó y sentó a su mamá anciana para que vea el show y se fue al banco. “La abuelita aplaudía, aplaudía. En un momento se le desfiguró la cara. Cuando terminé de bailar vino y me inquirió: ‘¡Pero yo pensé que era un hombre de verdad!’ Ya para esto hacia media hora que la doña estaba disfrutando. Le agarraba el brazo y lo tocaba, estaba indignada que era un muñeco. Eso es lo lindo, generar la ilusión”, relató.

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