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La Mañana

"No hay narcotráfico sin aval de funcionarios"

Así lo señaló el titular de la Comisión de Pastoral Social del Episcopado, Jorge Lozano. El obispo de Gualeguaychú trazó un crudo diagnóstico del avance de la droga en todo el país.

Por PAULA BISTAGNINO

Obispo de Gualeguaychú y titular de la Comisión de Pastoral Social del Episcopado Argentino, Monseñor Jorge Lozano estuvo al frente de la reciente Asamblea Plenaria y de la confección del documento “El drama de la droga y el narcotráfico”, que se convirtió en uno de los ejes de la semana política y lo puso a él como protagonista del debate sobre el tema. “No creímos que iba a tener esta repercusión la declaración. Creo que es una consecuencia de que el tema está atravesando a la sociedad y afectando mucho, para mal, a la vida de las personas”, asegura Lozano, que se manifiesta en contra del proyecto de la oposición para “derribar” aviones ilegales como solución y propone, en cambio, “reforzar las fronteras”.
 
¿Tenían previsto elaborar este informe o fue una decisión que surgió de la Asamblea Plenaria?
Desde la Conferencia Episcopal Argentina venimos considerando y reflexionando sobre esta problemática desde comienzos de los años 2000. Y ya hemos, varias veces, planteado la preocupación por el crecimiento de este flagelo. En aquel tiempo era sobre todo el tema de la adicción y sobre todo de los inhalantes, que los chicos consumían con las bolsitas; y después, cada vez más en los últimos años, fuimos viendo cómo también las bandas de narcotraficantes se empezaban a pelear a tiros por territorios en algunos barrios. No es algo de ahora, a nivel mundial, el papa Juan Pablo II, también a comienzos de 2000, elaboró y publicó un Manual de Drogas y Toxicomanía en el Vaticano, para ver cómo abordar esta problemática a nivel global. Y nosotros en 2007 hicimos una primera declaración que se llamó “La droga, sinónimo de muerte” y ahí formamos también una comisión de trabajo especializada. Con todo esto por detrás, al comienzo de la Asamblea, cuando cada obispo manifiesta las preocupaciones pastorales en sus respectivas diócesis, varios coincidieron en esta preocupación por el avance del narcotráfico y el mayor consumo de drogas. Ahí mismo, resolvimos emitir una declaración, votamos la comisión de redacción y se trabajó el texto que finalmente se comunicó.
 
Después de escuchar a los obispos de todo el país, ¿cómo describiría la fotografía del narcotráfico en la Argentina hoy?
Creo que es un tema para preocuparse ya. Estamos en un punto en el que tomar decisiones puede modificar las cosas y evitar que lleguemos a un punto de no retorno. De todas maneras, estamos ante un panorama que para nosotros es muy preocupante: en cuanto a las adicciones, vemos que el consumo empieza a muy temprana edad y casi en simultáneo con el consumo de alcohol; y vemos que ya no está, como hace unos años, focalizado solamente en los grandes centros urbanos sino que se ha extendido y se repite con características similares también en las ciudades más chicas de todo el país. Y en cuanto al narcotráfico, vemos que el nivel de violencia que ha aparecido en los barrios está muy vinculado con esto, que implica redes de delito cada vez más grandes, con todo lo que eso implica a nivel de quienes ingresan en el delito y de lo que genera en el tejido social de la comunidad. Y, en particular, está todo el tema de las fronteras, que es donde se permite y comienza mucho de todo esto que estamos viendo. Las fronteras están desprotegidas: todos los obispos de zonas de frontera, sobre todo del norte del país, comentaban esto. No porque hayan hecho una investigación, sino porque se sabe, se ve, lo recogen de la gente. No es una percepción desde las capillas, sino que es social y está, además, en informes periodísticos, denuncias judiciales, etc.
 
Dice que en esta fotografía, ya no es una problemática excluyente de los grandes centros urbanos sino que está en todo el país. ¿También ven que atraviesa las clases sociales?
Sin duda. Es un tema y problema que atraviesa toda la sociedad. Aunque, por supuesto, el impacto es muy diverso: la gente con una buena posición económica que consume alguna sustancia, incluso adicta, no vive ni convive con los narcotraficantes, no está expuesta a su violencia, no es probable que sea víctima de su adicción en el sentido de poner su vida en riesgo y caer en la estructura delictiva. Los consumidores de clases medias altas tienen obras sociales que les garantizan una atención adecuada de salud en caso de necesitarla y, ante la misma sustancia, su organismo está mucho mejor alimentado, mejor cuidado, mejor atendido. Eso no quiere decir que la droga no esté también haciendo estragos en las clases medias y altas. Pero, sin duda, en los más pobres incide de manera mucho más brutal en el nivel de la adicción y de la violencia.
 Los curas villeros, que están más cerca del consumo en clases bajas, suelen decir que la “despenalización” con el argumento del uso recreativo de drogas es un reclamo sobre todo de clase media. ¿Qué piensa usted?
Es cierto que algunos hacen un uso “recreativo” de las drogas. Pero es sólo un 25 % de los consumidores de drogas. No lo digo yo, sino que hay estudios hechos: dentro del otro 75% estamos hablando de un 50 % con adicción severa y un 25 % en una zona de alto riesgo. Y todos ellos pasaron por ese 25 %, es decir que en algún momento hicieron un “uso recreativo”. Es un discurso muy engañoso eso de que fumarse un porrito de vez en cuando es inocuo. Es mentira.
 
¿Qué opina entonces de la despenalización del consumo?
Nosotros hemos emitido una declaración que se llama “No criminalicemos al adicto”. Entendemos que el adicto es un enfermo y no un criminal. Cuando se habla de despenalización hay que tener los cuidados necesarios para que esta expresión no implique una especie de conciencia de que está bien consumir droga o que es inocuo hacerlo. Nosotros nos oponemos a que haya mensajes ambiguos y confusos en la sociedad que, de cualquier manera, colaboren con que haya una mayor tolerancia social hacia el uso de drogas que derive en un mayor consumo.
 
¿Por qué la Iglesia se decide a hablar sobre narcotráfico ahora?
Nosotros amamos y valoramos la vida como un regalo de Dios y, por lo tanto, nos preocupa todo aquellos que limite la vida: sea una adicción, la pobreza, la violencia, el no respeto a la persona; nos preocupa como parte de lo que consideramos que es ir contra del plan de Dios y de lo que nosotros tenemos como misión. Y también porque este problema no es ajeno al trabajo cotidiano de las capillas, de Cáritas y de las comunidades educativas. Se ha vuelto algo central y está golpeando muy fuerte en nuestra sociedad y en nuestras comunidades.
 
Justamente, uno de los pasajes del documento hacía una autocrítica y decía que la Iglesia no ha sido eficiente en contener a los jóvenes. ¿Cree que es un problema de que no ha podido aggiornarse al tiempo de los cambios sociales?
Nosotros constatamos efectivamente que los grupos de jóvenes en las parroquias eran más numerosos de lo que son ahora y que la propuesta religiosa era vivida con más entusiasmo y alegría por adolescentes y jóvenes. La realidad es que sí, que eso nos está costando más ahora y que capaz tengamos que revisar qué es lo que estamos haciendo mal: si es el lenguaje o algo en nuestra manera de entender, de recibir, de acoger y de acompañarlos. Es un desafío también, como parte de esta sociedad, ver si la droga es consecuencia o manifestación de un vacío existencial o deseo de fugarse de la realidad y hasta qué punto no estamos ayudando a que los jóvenes tengan un proyecto de vida que valga la pena. Ya no sólo la Iglesia, sino  todos.
 
También resaltaron que es el Estado el que debe asumir esta responsabilidad. ¿Qué puede hacer la Iglesia además de denunciar?
Como Iglesia podemos colaborar en algunos aspectos; por ejemplo en lo que hace a la educación y prevención. Tanto nosotros como instituciones de otros credos y diferentes organizaciones promovemos la realización de cursos y capacitaciones, también colaboramos en las comunidades terapéuticas y centros barriales en la búsqueda de estar cerca de los que sufren y de ayudarlos. Pero todo lo que podamos aportar nosotros en estos dos aspectos, educación y asistencia, es insuficiente. Es el Estado el que realmente puede y debe tomar esta responsabilidad. Y principalmente debe combatir el delito. En esto, nosotros no sólo no podemos hacer nada sino que es una tarea irrenunciable del Estado prevenir, enfrentar y sancionar en todos los niveles lo que hace al narcotráfico como estructura delictiva y mafiosa. En eso ellos tienen la exclusiva.

Sin embargo, también denunciaron que el narcotráfico no podía haber avanzado de esta manera sin la complicidad de funcionarios del Estado, tanto políticos  como de las fuerzas de seguridad…
Sí, esto lo vemos y ha sido denunciado muchas veces: hay desde informes periodísticos a causas judiciales. Y se sabe; en los barrios se ve y se sufre. Sabemos que es imposible que estas bandas se instalen y crezcan sin el aval de algunos funcionarios y fuerzas de seguridad: que no los combaten porque reciben beneficios o que directamente participan del negocio. De las dos cosas hay denuncias y causas, no es que lo decimos nosotros.
 
El juez de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni dijo esta semana que no se puede dejar todo en manos del poder punitivo del Estado. ¿Está de acuerdo con eso?
Claro. Porque no ganamos nado si nuestro compromiso con esta situación es en un sillón con un control remoto en la mano. Quiero decir que acá hay una responsabilidad social que no elude ni salva al Estado de ocupar su rol en combatir el delito, pero hay muchas otras cosas para hacer: debemos dialogar en familia, estar en los barrios, contener a los chicos, alentar a las autoridades a tomar las medidas pertinentes; y si el aliento no basta, buscar la eficiencia.
 
Usted dijo que es necesario que el Estado haga algo ya o Argentina irá en el camino de México o Colombia. ¿Tal es el riesgo?
Esa fue una interpretación de una pregunta que nos hicieron. En realidad, nosotros decimos que Argentina está yendo directo a ser un país peor si no logra detener esto. Pero no comparamos con otros países que tienen sus propias debilidades y sus propios problemas. Nosotros tenemos que mirarnos a nosotros mismos, ver lo que podemos ser y hacer y nos estamos aprovechando. Esa es la preocupación: que nos perdamos la oportunidad y lleguemos a una situación de la que no podamos volver.

¿Fue casualidad el informe de la Corte Suprema en la misma semana?
Sí, fue una absoluta coincidencia en cuanto a que  no hubo una cosa que haya disparado la otra. Son dos cosas e iniciativas distintas e independientes, pero justamente la coincidencia pone de manifiesto la evidencia, la realidad y la gravedad del problema en la sociedad.

¿Qué opina de la reacción del Gobierno que primero criticó y luego aceptó?
Hubo reacciones de lo más diversas: algunos negaron y dijeron que se está trabajando bien sobre el tema. Algunos otros diputados o miembros de poderes ejecutivos de las provincias dijeron que este es un problema serio e incluso llamaron a sus respectivos obispos interesados en reunirse para coordinar tareas, trabajar en conjunto y ayudarse. Creo que esto es lo mejor que puede pasar. En general, ha sido muy valorada la declaración por el tono, la seriedad y la trayectoria: porque aunque lo hayamos escrito sobre una mesa, no es que lo hicimos desde un escritorio aséptico, sino a partir de un trabajo constante en los barrios y con la gente.

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